Abanderado de la famosa “Sexta Generación”, movimiento de cineastas chinos que buscaba alejarse tanto de la ultra estilización visual como de la exaltación de la cultura china, oponiéndose al cine de los autores consentidos del régimen, como Zhang Yimou, el cineasta Jia Zhangke ha pasado toda su carrera intentando analizar los orígenes de la injusticia y la violencia asociadas a los sectores sociales menos glamourosos del país más poblado del mundo.
A Touch of Sin es el más reciente esfuerzo fílmico de Zhangke, quien inició su carrera como parte del movimiento fílmico underground que estalló en China tras las célebres protestas de Tiananmen, buscando siempre retratar de la forma más económica posible (dado el nulo apoyo del régimen a dichas manifestaciones culturales) la “realidad” de una China que se esforzaba por proyectar una imagen de prosperidad y productividad alrededor del mundo.
Tras conseguir el León de Oro en Venecia con Still Life, cinta que abordaba el drama creado por la construcción de la monstruosa presa de las Tres Gargantas, al gobierno chino no le quedó de otra mas que darle a Zhangke un lugar dentro de su círculo artístico autorizado. Sin embargo, A Touch of Sin marca un nuevo parteaguas en la carrera del director asiático que vio, contra todo pronóstico, cómo el filme era prohibido tras no pasar los controles de censura institucional del régimen. Indignados, los miembros de la asociación de directores chinos dejaron desierto el premio que año con año otorgaban a la mejor película y director de China, premios a los que había sido nominado el filme de Zhangke, pero que al ser forzosamente retirado de la competición no pudo ganar. El escándalo no se hizo esperar.
Estructurada a través de cuatro historias independientes basadas en hechos reales reportados en Weibo (el Twitter chino), A Touch of Sin comienza con un brillante estudio de las relaciones de poder en una aldea china, donde un líder minero decide tomar venganza por los constantes abusos que vive su comunidad, aislada entre caminos montañosos y comunicada principalmente por un pequeño aeropuerto, a manos de los políticos que no cumplieron sus promesas de orden, progreso y prosperidad. Este primer relato, que sin duda alguna se erige como el mejor del filme, tanto estética como histriónicamente dada la brillante interpretación de Wu Jiang, marca el inicio de la caída en picada de una película a la que Zhangke no consigue rescatar jamás.
Un ladrón, la recepcionista de un baño público y el mesero de un prostíbulo, son los encargados de protagonizar las tres historias restantes que, a pesar de tener contextos profundamente disímiles entre sí, presentan como punto común la inevitabilidad del sufrimiento asociado a la pobreza cultural y monetaria, así como la transformación de víctimas a victimarios que sufren los protagonistas, impulsados siempre por un contexto social profundamente adverso.
Con momentos espectaculares de belleza estética, asociados muchas veces a un manejo de la violencia bastante explícito y a un extraordinario uso del color (para comprobar esto no hace falta más que ver la secuencia inicial de créditos), A Touch of Sin fracasa al momento de envolver a la audiencia en los acontecimientos que retrata, presentándose los eventos desde un punto de vista frío y mecanizado, que da lugar a que el filme se muestre como un cúmulo de noticias leídas del periódico y que termina por arrebatarle al público cualquier deseo de entrar en el mundo que Zhangke plantea.
Cinta con mucho potencial desperdiciado, A Touch of Sin conquistó a pesar de todo el premio al mejor guión en el festival de Cannes, situación que resulta francamente risible al haber competido con obras como The Past, Only Lovers Left Alive, o La grande bellezza, todas infinitamente superiores en dicho rubro, pero con una carga política mucho menor. En fin. Así gira el mundo.