En el célebre diálogo que mantuvo Jean-Luc Godard con Fritz Lang, editado por el documentalista André S. Labarthe bajo el título de Le dinosaure et le bébé, Lang menciona que el cine es un producto artístico profundamente asociado a las necesidades intelectuales de la época en la que es creado. ¿Cuántas cintas logran trascender las limitaciones socioculturales del momento en el que son filmadas? ¿Cuántas emiten mensajes lo suficientemente poderosos como para mantenerse vigentes décadas después en contextos sociales completamente diferentes? En la discusión, Lang y Godard hacen referencia únicamente a dos películas con tal poder de perdurabilidad, primero la gigantesca adaptación que Abel Gance hace de la vida de Napoleón y después la que Dreyer hace del juicio de Juana de Arco. Como un gesto de cortesía, que probablemente estaba también lleno de verdad, Godard propone la cinta M, de Lang, como una sólida candidata a inscribirse en los anales de la historia. Sin embargo, la diminuta lista es una clara muestra de lo escasa y preciada que es la trascendencia en el arte.
Man with a Movie Camera es el resultado final de los experimentos visuales que, gracias a su profundo conocimiento técnico e incluso mecánico del cinematógrafo, el director ruso/polaco Dziga Vertov desarrolló en su famosa serie Kino-Pravda, compuesta por 23 documentales de veinte minutos cada uno, en los que Vertov buscaba explorar nuevas posibilidades y técnicas asociadas a la captura de imagen, así como documentar, del mismo modo que décadas después lo intentaría el cinéma vérité, la realidad y los comportamientos humanos sin que la presencia de la cámara generara desviaciones antinaturales.
Filmado en Ucrania después de que Vertov se cerrara las puertas del gobierno ruso tras sus duros ataques al célebre Acorazado Potemkin de Eisenstein, Man with a Movie Camera es un documental que retrata la cotidianidad en las ciudades de Odesa, Kiev y Járkov, enfocándose principalmente en la representación de trabajos proletarios fuertemente influenciados por la revolución industrial, así como en la coexistencia del hombre y la máquina, tema que era una de las grandes pasiones de Vertov.
Mineros, telefonistas, transeúntes y deportistas, son algunos de los sujetos abordados por el director polaco en los múltiples segmentos del documental que, a pesar de no tener argumento alguno mas que funcionar como una estilizada ventana a la realidad, es capaz de hipnotizar casi noventa años después, gracias a la enorme habilidad de Vertov para posicionar la cámara y generar encuadres fantásticos, al espectador contemporáneo acostumbrado al frenetismo del cine de entretenimiento hollywoodense.
Extraordinario compendio técnico, Man with a Movie Camera se atreve a jugar con cámaras aceleradas, animaciones cuadro por cuadro, cámaras lentas, encuadres atípicos, travellings y demás técnicas extremadamente novedosas para la época. Todo esto aunado a una edición absolutamente demencial para los estándares de los años veinte, en la que Vertov realizó 1775 cortes en apenas 68 minutos de metraje, situación que generó confusión en los espectadores al momento de su estreno, pero que cimentó las bases para el lenguaje cinematográfico moderno.
Impactante experiencia sensorial, Man with a Movie Camera es un viaje estilístico por los ideales de perfección asociados al socialismo ruso y en particular al marxismo, doctrina por la que Vertov sentía un profundo afecto, así como una reacción en contra de las técnicas narrativas tradicionales y en especial de la teatralidad y el drama, considerados por el director polaco como vil opio para las masas. Sin embargo, por encima de todo lo anterior, el filme es, hasta el día de hoy, una de las vivencias más poderosas que pueden tenerse en una sala de cine.