Snowpiercer (2013)

El cine coreano lleva años haciendo un ruido descomunal. Comandado por figuras como Chan-wook Park, Ji-woon Kim y Ki-duk Kim, los filmes producidos en Corea del Sur han sorprendido al mundo occidental con su potencia narrativa, sus atípicos giros de tuerca y su desparpajo para abordar temas controversiales que serían prácticamente infilmables dentro del Hollywood contemporáneo.

A pesar de lo anterior, el éxito que dichos cineastas han cosechado en el mercado occidental ha propiciado que Hollywood comience a salivar con la posibilidad de colgarse del popular tren sudcoreano, fomentando con tal propósito la idea de que, para triunfar a lo grande, los talentos coreanos deberían comenzar a filmar cintas en inglés. Prueba irrefutable de lo anterior es que en 2013 se estrenaron las primeras producciones anglófilas de Chan-wook Park (Stoker), Jee-woon Kim (The Last Stand) y finalmente de Joon-ho Bong, quien cimentó su fama gracias a genialidades como Mother o The Host, y que de la tercia de directores asiáticos fue el que más expectativa creó con la ambiciosa Snowpiercer.

Una mala decisión para proteger la ecología del mundo termina por erradicar la vida sobre la faz de la tierra, y los únicos supervivientes de la especie humana se encuentran a bordo de un tren que viaja a toda velocidad en un loop interminable alrededor del planeta. Al interior del tren, los humanos reproducen un sistema de jerarquías que divide a los hombres en vagones de varias clases, con los amos a la cabeza del tren y los parias en la cola, manteniéndose un delicado balance de poder que reproduce con escalofriante exactitud ese mundo que actualmente vivimos en supuesta libertad. Balance que, como era de esperarse, estalla en mil pedazos cuando los oprimidos deciden rebelarse.

Coctel de acción de poco más de dos horas ensamblado a la usanza de filmes de artes marciales como Game of Death, en los que desde el primer instante el espectador sabe que los protagonistas deben seguir un camino lineal del punto A al punto B, pasando por incontables pruebas y derrotando enemigos cada vez mayores con tal de comprender el sistema en el que están inmersos, Snowpiercer tenía todo para convertirse en la cinta cumbre de la carrera Joon-ho Bong. Por un lado, el director sudcoreano consiguió reunir un elenco de primerísimo nivel, dentro del que destacan nombres como los de Chris Evans, Ed Harris, John Hurt, Tilda Swinton, Jamie Bell y Kang-ho Song entre otros. Por otro lado el guion, adaptado por Joon-ho de la novela gráfica Le Transperceneige, plantea una premisa en extremo interesante y original, que se construye como una alegoría del sistema político internacional contemporáneo, y que habría permitido analizar con relativa facilidad la génesis del pensamiento revolucionario moderno producto de la inequidad social, aderezando todo el discurso con espectaculares e hiperviolentas secuencias de acción. Por desgracia, el resultado no está a la altura de sus aspiraciones.

Curiosamente es la linealidad de la trama el principal enemigo del filme, ya que la expectativa del público por tener un constante crescendo de suspenso y acción conforme los protagonistas avanzan por los vagones, se ve defraudada por un guion irregular que alterna secuencias brillantes con momentos burdos y redundantes que tiran por la borda la tensión construída a lo largo del metraje. Incluso la crítica final a la casta predominante, en la que Joon-ho basa el giro de tuerca del filme, está compuesta de un gigantesco conjunto de clichés que podrían haberse anticipado desde los primeros instantes de la cinta.

Desperdiciada queda la cuidada fotografía de Kyung-pyo Hong, la irreverencia probada de Joon-ho Bong y el desbordante potencial histriónico de la película, que termina por perderse entre la incomprensible sobreactuación de Jamie Bell y la aburridísima maldad de Ed Harris.

Ni Chan-wook, ni Jee-won, ni Joon-ho consiguieron asombrar con sus respectivos acercamientos al mundo hollywoodense, presentando reinvenciones de mediana calidad de conceptos, técnicas y estilos que habían desarrollado a la perfección en sus previas incursiones cinematográficas. El experimento ha sido interesante, pero al ver los resultados tal vez sea tiempo de que esos tres vuelvan al núcleo del país que los vio triunfar, dejando de lado sus deseos por congraciarse con Hollywood, y rompiendo las cadenas de convencionalismos y moderación que ellos mismos se han impuesto. Esperemos que así sea.

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