En 1920, tras haberse enlistado en el ejército rojo para prestar sus servicios a la revolución bolchevique, Sergei Eisenstein se trasladó a la ciudad de Moscú. Fue ahí donde su casi innata inclinación artística lo llevó a establecer contacto con el legendario Proletkult, el colectivo teatral más fuertemente asociado con la propaganda revolucionaria leninista, al que de inmediato se integró como director de escenografía. Es ahí donde Eisenstein comienza a llamar poderosamente la atención del medio artístico revolucionario y, tras un breve experimento fílmico en forma de corto, es comisionado para dirigir un largometraje cuyo eje narrativo debía ser el alzamiento ideológico del proletariado ruso.
Desde la primera toma, en la que se cita con vehemencia un texto del propio Lenin, Srike se presenta como un filme meticulosamente diseñado para inflamar el espíritu de la clase obrera rusa. Durante 90 minutos, la trama reduce con maniqueísmo absoluto la lucha de los obreros de una fábrica en contra de las fuerzas gubernamentales, lucha cuyo objetivo era conseguir condiciones laborales más justas, y que es desencadenada tras el suicidio de uno de los trabajadores, injustamente acusado del robo de un micrómetro.
El nulo interés del filme por plantear de forma medianamente objetiva las ramificaciones y pormenores de la revolución proletaria, deviene en la representación sin claroscuros del sufrimiento obrero a manos de un puñado de crueles patrones industriales, arquetipos de la maldad más pura, representados como hombres de vestimenta impecable, que disfrutan entre risotadas de las desventuras de los trabajadores, mientras limpian la mesa con sus peticiones de trabajo digno.
A pesar de lo anterior, la representación visual y emocional que Eisenstein construye en torno a ese grupo de trabajadores que decide alzarse en una batalla, visiblemente desigual y perdida de antemano, en contra de sus empleadores, es extraordinaria. Teórico incansable de las técnicas de montaje, Eisenstein muestra en Strike esa intencionalidad experimental, cuyo objetivo era desarrollar formas narrativas innovadoras y composiciones que lograran tatuarse de forma irreversible en la mente del espectador, intencionalidad que posteriormente explotaría con mejores resultados en la célebre Battleship Potempkin, y que sublimaría trece años después en la extraordinaria Alexander Nevsky.
A lo largo de los seis capítulos que componen Strike, Eisenstein se divierte caricaturizando la relación obrero patronal, para luego embarcarse en el desolador dramatismo del día a día de los trabajadores desempleados, y en la posterior lucha que ocurre entre estos y las fuerzas policiales que tratan de recuperar el orden social perdido.
Dignas de estudio resultan prácticamente todas las secuencias del filme, desde las que diseccionan los procesos mecánicos de la fábrica mediante juegos geométricos visualmente innovadores, hasta esa brillante anticipación del famoso travelling de la escalera de Odesa en Battleship Potempkin, donde la cámara de Eisenstein se monta en una grúa que sostiene una gigantesca rueda de carro. Sin embargo, son las secuencias ubicadas en la parte final del metraje las que más brillan por su apabullante virtuosismo, entreverándose en ellas la capacidad dramática del montaje de Eisenstein con la estupenda participación de los actores de la cinta, casi todos ellos emanados del colectivo teatral Proletkult, para entregar auténticos golpes emocionales dotados además de una gran capacidad alegórica (ver la secuencia de la masacre, en donde la impactante violencia, por demás explícita, de la caballería, se mezcla con el sacrificio visualmente poderosísimo de algunas cabezas de ganado).
Vistoso prólogo de lo que estaba por venir en la carrera de Eisenstein, Strike es un filme con una inusual capacidad de impacto, que continúa vigente casi nueve décadas después, sobreviviendo a los ideales y a los propósitos para los que inicialmente fue filmado, y tomando por méritos propios un lugar indeleble en la historia de la cinematografía mundial.