Cuando uno termina de ver Street Trash, la única película dirigida por el ahora reconocido camarógrafo James Muro, surge un deseo innato por dilucidar a qué corriente cinematográfico pertenece tan atípica experiencia fílmica. El amasijo de géneros que coexisten de forma caótica y grotesca en esos cien minutos de metraje, han llevado a crear una especie de consenso para alojar al filme, que utiliza elementos de cine bélico, terror, trash, comedia, etc, dentro de un subgénero muy específico del cine de horror conocido como melt movies (Melt movie es toda aquella película que en repetidas ocasiones utiliza representaciones, mientras más gráficas mejor, de cuerpos humanos derritiéndose hasta convertirse en grotescas masas sanguinolentas).
Las declaraciones de James Muro, quien tras el estreno del filme confesó que lo había escrito con la intención de ofender al mayor número de grupos sociales posible, quedan constatadas conforme se desenvuelve la historia de una tribu de vagabundos que, sumidos en las más deplorables condiciones de vida y presas de un alcoholismo desorbitado, empiezan a consumir un licor extremadamente barato que tiene el pequeño inconveniente de derretir, entre estallidos de sangre y demás fluidos de colores psicodélicos, el cuerpo de todo aquel que lo beba.
La cosa no termina ahí, ya que el peculiar hilo narrativo queda aderezado con un cúmulo de personajes demenciales que se dedican, entre explosiones de vísceras, a encumbrar a la cinta como una gran oda a la misoginia, a la violencia desaforada, a la necrofilia, al racismo, al clasismo y a todos esos elementos que por definición serían rechazados por el espectador promedio, pero que Muro combina de tal forma que convierte al filme en una experiencia hilarante, en donde el espectador toma conciencia, con cierta vergüenza, de que está riéndose de situaciones que deberían parecerle perturbadoras y deplorables.
Las terribles actuaciones del elenco, compuesto por actores de cuyo nombre no quiero acordarme, embonan a la perfección con el tono de exageración histriónica de la historia escrita por Muro, creándose una experiencia dramática que remite inmediatamente al cine trash de John Waters o Richard Kern, y que en combinación con la lúgubre banda sonora ochentera hará las delicias de muchos.
Experiencia grotesca en grado sumo, pero verdaderamente divertida, Street Trash es un documento fílmico que genera añoranza por la potente irreverencia de las cintas de serie B de los años setenta y ochenta, que por desgracia se ha ido perdiendo en ese miedo moderno a lo políticamente incorrecto, y en la incapacidad de las audiencias para reírse de los cada vez más numerosos temas tabú adoptados por la sociedad occidental “moderna”. Lástima.