Maps to the Stars (2014)

“It’ll be just like in the movies. Pretending to be somebody else”

-Betty Elms (Mulholland Dr.)

Se requiere valor, y hasta cierto punto un buen grado de hipocresía, para criticar con dureza a la mano que te ha dado de comer durante años. A pesar de que no sería adecuado calificar al cineasta David Cronenberg, autor de cintas del calibre de Videodrome, Rabid, Crash, Naked Lunch, etc., como un engrane típico de la maquinaria hollywoodense, es innegable que, sobre todo durante la última década, el director canadiense ha formado parte de ese sistema que ahora exhibe y critica con brillante mordacidad en su más reciente cinta: Maps to the Stars.

Una actriz madura que quiere participar en el remake del filme más celebrado de su ya fallecida madre, un niño actor que tras abandonar las drogas pretende regresar a la actuación, y una misteriosa mujer que busca trabajo como asistente en Hollywood a pesar de sus visibles quemaduras en cara y cuerpo, son los ejes narrativos de una de las críticas más mordaces y brillantes que se han hecho al star system del siglo XXI.

Cronenberg presenta a Hollywood como una gigantesca fábrica de esperanzas perdidas, impulsada desde el más desolador patetismo por los sueños de todos aquellos seres que luchan, desde diferentes frentes y siempre a partir del mayor egoísmo posible, por sobresalir en un mundo saturado de estrellas e ideas millonarias. Ya sea desde la ingenua óptica del chofer de limusina con aspiraciones de escritor/actor, interpretado por el cada vez más interesante Robert Pattinson, cuyas esperanzas se alimentan de la nutrida mitología del don nadie que asciende al estrellato mediante los mecanismos del descubrimiento fortuito de su talento, hasta la actriz madura consagrada (soberbia Julianne Moore) que comienza a percatarse de que es tan solo otra pieza dentro de la implacable maquinaria del espectáculo, tan reemplazable y desechable como cualquier otra, y que suele refugiarse en aspiraciones espirituales e intelectuales cada una más ridícula que la anterior, el microcosmos que Cronenberg construye en pantalla es una experiencia tan maravillosamente descabellada y frívola, que seguramente motivará más de un resentimiento hacia el director de la poblada cabellera blanca.

Por si fuera poco, la historia tiene como hilo conductor al incesto en todas sus formas posibles, engarzando a lo largo del metraje todas las historias planteadas mediante un conjunto de relaciones profundamente enfermizas, que lejos de resultar en un festín de morbo se conducen en (casi) todo momento desde la sutileza más absoluta (cosa rara en Cronenberg), para transmitir potentes momentos de melancolía y ternura dentro del grotesco pantano narrativo de codicia y mundanidad.

Pariente bastante cercana de Mulholland Dr., Maps to the Stars entrelaza la realidad con las fantasías esquizofrénicas de sus personajes, creando un universo donde la certeza de la ocurrencia de los hechos que se ven en pantalla queda en tela de duda, y donde se juega con esa noción de irrealidad absurda asociada al éxito en el mundo del espectáculo que Lynch expuso con maestría trece años atrás, construyendo incluso, del mismo modo que el director norteamericano, su narrativa principal a través de un grupo de personajes femeninos en desgracia, dentro de los que destaca la talentosa Mia Wasikowska como la joven “desfigurada” por el fuego.

Cronenberg recurre una vez más a la mano experta del fotógrafo Peter Suschitzky, quien propone secuencias interesantes a lo largo de todo el filme y sale avante a pesar de alguno que otro tropiezo (véase la secuencia del cuerpo ardiendo), gracias en parte a la ayuda del también recurrente elemento cronenbergiano, Howard Shore, quien como casi siempre hace un trabajo impecable en la siniestra banda sonora.

Experiencia fílmica de gran complejidad emocional, Maps to the Stars es probablemente el trabajo más sobresaliente de Cronenberg en la última década: una cruel fotografía de la cloaca psíquica en la que habitan esos seres cuyas carreras seguimos y alabamos en secreto, aspirando día tras día a sus vidas perfectas, mientras ellos se debaten en el miedo constante al implacable silencio que viene después del aplauso.

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