Boyhood (2014)

Olvidemos por un segundo que Boyhood, la más reciente cinta del director norteamericano Richard Linklater, fue producto de un arduo proceso de filmación que duró doce años. Dejemos de lado el hecho de que Ethan Hawke prometió terminar el filme en caso de que Linklater muriera, o la anécdota de la imposibilidad de hacer un contrato (no hay contratos por más de 7 años en Estados Unidos) para que Hawke, Patricia Arquette, y el entonces pequeño Ellar Coltrane, se sometieran a esporádicos llamados anuales para filmar las secuencias que componen las dos horas y media de ese largometraje que, de forma por demás arriesgada, fue concebido para actuar como piedra fundacional de un neo cinéma vérité. Dejemos todo eso de lado y concentrémonos en el resultado final, en lo que verdaderamente importa, en lo que se ve en pantalla.

Es cierto que el mito muchas veces construye y define a la obra de arte, sin embargo, el producto que Linklater estrenó tras esos “apantallantes” doce años de reflexión, no necesita engalanarse con las anécdotas de su realización, ya que el trabajo, supongo que hasta cierto punto intuitivo y modificado sobre la marcha por los azares imponderables del paso del tiempo, que Linklater presenta, constituye una de las experiencias más entrañables que pudieron vivirse en una sala de cine durante el 2014.

“Como la vida misma”, escribirán aquellos que no tengan temor al cliché, pero lo cierto es que Boyhood se acerca peligrosamente a ese ideal planteado por Tarkovsky, en el que el cineasta pasa de ser un frío representador de acontecimientos, para transformarse en un escultor del tiempo: en alguien con la capacidad sensitiva necesaria para mostrar no un hecho en sí, sino la sensación que el espectador percibe al vivir ese hecho en carne propia.

Se vuelve una tarea compleja tratar de racionalizar el maremágnum de sensaciones que Boyhood evoca en el espectador, ya que Linklater ha creado una obra que, muy probablemente como ninguna otra en lo que va del siglo, se conecta de manera directa al inconsciente colectivo occidental, rellenando la narrativa del filme con los recuerdos compartidos de casi todos los que formamos parte de esa clase media, frustrada pero moderadamente feliz, que ve en Boyhood a uno de sus más grandes homenajes.

Con gran habilidad narrativa se sucede en pantalla la recapitulación de un conjunto de eventos cotidianos, que pretenden ordenar y representar al caótico flujo de la memoria de un chico ordinario, que debe pasar por el interminable desfile de maridos de su madre; ver cómo su padre, un rockero renegado, muta de rebelde sin causa a convencional hombre de familia; y mientras tanto transformarse de pequeño infante a introspectivo adolescente, enfrentándose al paso del tiempo y al mundo, sin tragedias, hecatombes o giros de tuerca, “nomás viviendo”.

Una banda sonora de canciones pop, cuyo objetivo es contextualizar los éxitos radiofónico más populares en cada una de las etapas de vida del protagonista, acompaña al espectáculo visual cortesía de los fotógrafos Lee Daniel y Shane Kelly, quienes utilizan composiciones poco estilizadas y bastante libres, que en todo momento buscan apoyar a los mecanismos narrativos en vez de sobresalir por sí mismas, y que comandados por Linklater decidieron filmar en 35mm sin contar con el auge digital que vendría años después del inicio del proyecto, con lo que todo el filme fue grabado en 35mm pero editado en digital, dando lugar a la ironía de que nunca se imprimió una copia para su exhibición en 35 mm. El resultado, a pesar de todo, intenta conservar la textura y los colores captados por el formato analógico (no hace falta mas que ver el pasto en la escena inaugural, o la hermosa secuencia del bosque para percatarse de ello).

En cuanto a las actuaciones, se comprueba una vez más la solvencia histriónica de Ethan Hawke y Patricia Arquette (esta última sufriendo una transformación física que le viene como anillo al dedo al filme) y finalmente se presenta a Ellar Coltrane como la gran revelación, quien a pesar de no ser un gran actor, consigue entregar momentos brillantes (véase el plano secuencia en el que habla con una amiga que lo sigue a bordo de una bicicleta, o el monólogo adolescente/ridículo/maravilloso que declama mientras conduce junto a su novia).

Obra extraordinaria por donde se vea, Boyhood es una experiencia que muestra las capacidades del cine como vehículo emotivo, y una de las representaciones más afortunadas que ha hecho el cine norteamericano sobre el paso del tiempo. Linklater, ahora sí, se ha inscrito con letras doradas en la historia del cine.

GÉNEROS
ESPECIALES
PODCAST

El podcast de @pelidelasemana. Chismes, rants, y todo lo que (no) debes saber sobre el séptimo arte.

Suscríbete

Apple PodcastsSpotify