La fascinación por los mecanismos involucrados en la perfección técnica de una disciplina, dio lugar durante el 2014 a dos obras que estudian, desde puntos de vista diametralmente opuestos, el entramado psíquico que construye, a veces en clave de síndrome de Estocolmo y otras en clave de admiración/devoción a prueba de balas, la relación entre maestro y pupilo.
La primera de las obras mencionadas (Whiplash) es una exploración del camino ineludiblemente traumático para alcanzar el dominio absoluto de un instrumento, en donde se muestra la relación alumno/mentor como una violenta pero ulteriormente gozosa colaboración. Por el contrario, Foxcatcher, tercer largometraje del brillante adaptador de hechos reales, Bennet Miller, decide abordar la exploración de la pugna entre alumno y maestro mediante un perverso trío de egos, que gradualmente deviene en un desarrollo mucho más sombrío, mucho más irredento y mucho más violento.
Adaptación cinematográfica de los hechos reales que destruyeron la vida del millonario John du Pont, uno de los herederos de la célebre empresa norteamericana de productos químicos DuPont, Foxcatcher se centra en la historia de Mark Schultz, medallista olímpico de lucha grecorromana, que tras ganar el oro olímpico cae en el olvido mediático, entrenando día tras día con su hermano mayor, hasta que un excéntrico millonario aficionado a la lucha decide reclutarlo para formar un centro de alto rendimiento en medio de su granja.
Es a partir de esta premisa que se desarrolla el memorable duelo de egos que funge como núcleo del filme, en donde el joven luchador, interpretado por un estupendo Channing Tatum, deberá escoger si toma partido por su hermano, un irreconocible Mark Ruffalo con cuerpo de bestia y corazón de oro, o por el desquiciado magnate que está dispuesto a invertir todo el dinero necesario para revivir su carrera, con el único objetivo de ser admirado como el entrenador que llevará a los Estados Unidos a la gloria olímpica.
Duelo explosivo de actuaciones que se corona con el brillante cambio de tesitura del siempre cómico Steve Carell, que en esta ocasión no sólo guarda en un cajón cualquier atisbo de humor, sino que otorga la que probablemente sea la actuación más incómoda del 2014, dando vida a ese despojo humano, drogadicto, con un profundo complejo de Edipo, obsesionado con el éxito mediático, patológicamente solitario, infantil, y asquerosamente rico, que intentará separar a los dos hermanos para validarse, con las formas más perturbadoras posibles, ante los ojos de su anciana madre que no cesa de menospreciarlo.
A pesar del inmejorable reparto del filme y de la hasta cierto punto interesante historia, el gran acierto de Foxcatcher es sin duda alguna la atmósfera que Bennett Miller construye a lo largo de todo el metraje, oprimiendo sin descanso al espectador, aún en los momentos menos álgidos de la trama, mediante la cinematografía en colores fríos de Greig Fraser, la perturbadora banda sonora de Rob Simonsen, y esos diálogos diseñados para percibirse lo suficientemente atípicos como para indicarle al público que algo anda mal, y al mismo tiempo lo suficientemente ordinarios como para no sacar al espectador de contexto, generando un malestar emocional casi incomprensible.
Experiencia tortuosa para el espectador, que debe permanecer en tensión constante a lo largo de un filme que además peca de extender demasiado su metraje, Foxcatcher, a pesar de ser la película menos sobresaliente dentro de la filmografía de Bennett Miller, bien vale el boleto por ver la clase magistral de creación de atmósferas, y para ver a esos tres titanes de la actuación (dos de ellos inesperados) hacer vibrar la pantalla.