Oculto en la penumbra que flota tras una puerta entreabierta yace el cuerpo de Cristhian Rodríguez, un escort (término que busca atenuar la crudeza de la palabra “prostituto”) oriundo de un pequeño pueblo llamado El Roble, en Mazatlán, México. El teléfono suena y el cuerpo del hombre, que comienza a dibujarse en los tenues restos de luz que se cuelan por las cortinas, contesta el celular para corroborarle a un posible cliente la medida de su pene, su altura, su color de piel, su complexión y, lo más importante, su disposición para “hacer de todo”.
Con ese efectivo golpe estético y narrativo da comienzo Muchacho en la barra se masturba con rabia y osadía, el cortometraje donde Julián Hernández explota por primera vez en solitario sus cualidades como documentalista (ya había participado activamente con Roberto Fiesco en la creación del extraordinario documental Quebranto), escogiendo para tal propósito la historia de un bailarín provinciano que decide mudarse a la gran ciudad para vivir de la danza, pero que, como casi todo soñador, se encuentra eventualmente ante el infranqueable muro de la realidad.
Con poco dinero y algunos trabajos de danza esporádicos, Cristhian decide solventar sus gastos recurriendo a lo que más disfruta además de bailar: coger. Por fortuna Hernández rehuye en todo momento el estilo tan recurrente del melodrama que retrata a la prostitución como un trabajo denigrante, repulsivo y desolador, para crear una pequeña pero detalladísima fotografía del mundo de la prostitución homosexual en la Ciudad de México, a partir de sus complejos matices, a veces oscuros y a veces gozosos.
Hernández consigue, mediante su ya probada habilidad detrás de la cámara (esta vez en colaboración con el fotógrafo Jero Rod-García), introducir por completo al espectador en ese mundo de eufóricos antros construídos enteramente sobre luces neón, y hoteles antiguos con elevadores de palanca y camas individuales, que se oculta de la luz del día pero da nombre a la noche citadina mexicana.
Una tras otra se suceden secuencias absolutamente memorables (véase el encuentro del escort con un tímido estudiante, las escenas de danza en tacones, o ese instante, al mismo tiempo estilizado y crudo, que da nombre al cortometraje), que además de fijarse en la retina del espectador gracias a sus extraordinarias cualidades estéticas, se agarran con fuerza a su centro emotivo al generar una gran empatía hacia el carismático protagonista.
Joya atípica dentro de la filmografía de Hernández, que a pesar de mantenerse en los temas que suele tratar el director mexicano, se construye a partir de una tecitura completamente diferente que sacrifica su característica bis contemplativa en pos de una mayor agilidad narrativa, Muchacho en la barra se masturba con rabia y osadía es uno de esos cortometrajes que hay que cazar en los festivales donde sea exhibido y ver a toda costa.
MUCHACHO EN LA BARRA SE MASTURBA CON RABIA Y OSADÍA · TRAILER from Julián Hernández on Vimeo.