No hace falta más que leer algunas de las opiniones vertidas sobre Pasolini –la cinta en la que el controversial director neoyorquino Abel Ferrara adapta las últimas horas de vida del legendario director italiano Pier Paolo Pasolini– para percibir un desencanto por parte de la crítica y el público en general. Un contundente “no era lo que esperaba” que evidencia la poca flexibilidad del estilo del biopic (filme biográfico) moderno, al que suele exigírsele cuando menos:
Pasolini es una cinta apasionada en el sentido más extenso de la palabra. En cada fotograma se percibe el intenso amor que Ferrara le profesa al autor de películas tan extraordinarias como Teorema, Il vangelo secondo Matteo o Salò o le 120 giornate di Sodoma, reconstruyendo la rutina de un hombre que se había colocado en el centro del panorama artístico y político italiano de los años 70, desde la absoluta calma del desayuno que su madre prepara en el fatídico día de su muerte, hasta ese caos, hasta cierto punto inexplicable, que en un abrir y cerrar de ojos transformó la pasión en violencia, la libertad en muerte, y a Pasolini en inerte cadáver.
A lo largo de la cinta, el espectador sibarita encontrará entrañables referencias a la obra fílmica y escrita de Pasolini, insertadas con sutileza e ingenio, al grado de que por momentos el filme entra en la mente de Pier Paolo para ver, filtradas a través de los ojos de Ferrara, algunas secuencias de la que habría sido la cinta posterior a Salò o le 120 giornate di Sodoma. La pericia estética de Ferrara le permite reconstruir, con base en los textos dejados por Pasolini, un hermoso ritual orgiástico en el que toda la población del mundo, compuesta enteramente por homosexuales (femeninos y masculinos), se aparean con objeto de evitar la extinción de la raza humana. Dicha reconstrucción escénica, así como la delicadísima secuencia final de la película, en la que el protagonista del “filme dentro del filme”, interpretado por el actor fetiche de Pasolini, Ninetto Davoli, se encamina al cielo por una escalera interminable, son evidencia de la gran pasión de Ferrara por la psique del gran genio italiano.
El problema viene cuando el polémico director norteamericano asume que todo aquel que pagó por ver el filme es un aguerrido seguidor de la vida de Pier Paolo, creando un desarrollo narrativo que se rehusa en todo momento a mostrar cualquier tipo de antecedente del director italiano, sin preocuparse en absoluto por contextualizarlo ante los ojos de aquellos que puedan no estar versados en el tema, lo que da lugar al maravilloso retrato de un instante que sin embargo puede resultar profundamente alienante para el espectador promedio. Y bueno, por si fuera poco, Ferrara tampoco decide centrarse en la “escandalosa” conducta sexual de Pasolini, para diseccionarlo a partir de su pensamiento político y filosófico, situación que tampoco contribuye al fácil entretenimiento de la audiencia.
Terminaré diciendo sólo una cosa mas: Willem Dafoe es Pier Paolo Pasolini, y su interpretación física es de los aspectos más sobresalientes de la cinta. Por desgracia, el doblaje que Ferrara le impone a su personaje principal –para que pueda hablar italiano– es bastante deficiente y opaca por momentos la extraordinaria interpretación de Dafoe. Vamos, en este filme entrañable la felicidad del espectador nunca es completa.