Como cada año –desde el estreno de The Blair Witch Project– vemos llegar a los cines la dosis reglamentaria de películas sobre found footage. Cintas que en su mayoría se centran en la repetición ad infinitum de esa fórmula –gastada ya hasta decir basta– que pretende hacer creer al espectador que lo que verá es un documento fílmico real, grabado por gente que ha desparecido de forma misteriosa. Era Area 51 la película más esperada de dicho género en el 2015, ya que suponía el regreso triunfal de Oren Peli –director de la primera cinta de Paranormal Activity y productor de toda la saga– a la dirección de un filme tras 8 años de inactividad tras las cámaras.
El found footage se ha explotado con tanta fruición que ha dejado de requerir antecedentes, evitándose cada vez más las pantallas que explican que lo que se va a ver a continuación es una grabación “real”, situación que le permite a Peli comenzar Area 51 de la forma más abrupta posible, aclimatando gradualmente al espectador a los juegos de cámara en mano propios del género, e introduciéndolo a la historia de tres jóvenes obsesionados con entrar a la mítica Area 51 de Nuevo México, lugar donde supuestamente se almacenó para su estudio a un ovni que aterrizó ahí en 1947.
Tras la obligada introducción de los personajes, y la posterior explicación del método que usarán para entrar en la base –pastillas para controlar los niveles de amoniaco del cuerpo, trajes refrigerados con freón y planos de la base incluídos– los cuatro jóvenes se lanzan a la aventura para dar vida a una película carente de cualquier atisbo de inteligencia narrativa; una especie de videojuego torpe en el que los participantes deben ir superando pruebas para adentrarse en los secretos de una base cuya atmósfera –elemento clave en el cine de found footage– es de una simplicidad propia de la más patética fábrica de jabón.
Penoso resulta que Oren Peli, uno de los supuestos gurús del género y responsable de una de las sagas más redituables de la historia, regrese al puesto de director con un ejercicio tan burdo, vacío y cliché. No hay ni una sola idea rescatable en los 95 minutos de metraje, sorprendiendo la completa falta de pericia y ambición del director norteamericano, que boceta su historia siempre a través de los caminos más evidentes.
Ahórrense el boleto de cine o la descarga, y confórmense con imaginar en dos minutos lo más evidente que puede encontrarse dentro de una cinta sobre el Area 51. Sus suposiciones no pueden ser más sosas que esta película.