El director norteamericano Scott Cooper, tras dejar de lado su poco fructífera carrera como actor, ha ido forjándose un nombre dentro del cine norteamericano con la dirección de cintas de moderado presupuesto, que hacen gala de guiones sobresalientes y actuaciones potentes. Dos años después del estreno del thriller Out of the Furnace –progatonizado por Woody Harrelson y Christian Bale– Cooper regresa con su proyecto más ambicioso hasta la fecha: una adaptación de la vida de Whitey Bulger: mafioso bostoniano extremadamente violento que aprovechó el trato que el FBI le daba como informante para forjar –con una combinación de violencia y pragmatismo– un gigantesco imperio de negocios ilícitos y corrupción en el sur de Boston.
Cooper cumple su cometido y consigue ensamblar un thriller de ritmo ágil y disfrute fácil, sin embargo, resulta más que evidente que la vida del despiadado Bulger no aporta prácticamente nada a la narrativa del típico mafioso norteamericano que –casi siempre desde la exasperante figura del refrito–se ha representado hasta el hartazgo en el cine hollywoodense. Es precisamente por esto que el filme triunfa gracias a su única carta fuerte: la transformación del bien parecido Johnny Depp –actor que llevaba más de una década sin un papel dramático sobresaliente– en el alopécico, blancuzco y repulsivo Whitey Bulger.
La actuación de Depp recoge sobre sus hombros todo el atractivo de un filme que, de haber sido interpretado por algún actor anónimo o menos interesante, habría pasado completamente desapercibido en el maremagnum de thrillers policiales que se producen año tras año.
Sí, hay una interesante trama de manejos policiacos turbios. Sí, también aparecen los típicos asesinatos traicioneros. Ah claro, y no olvidemos la importancia de la estructura familiar mafiosa, que también juega un papel crucial en la cinta al ser el hermano del sanguinario Bulger un reconocido senador interpretado por Benedict Cumberbatch –bastante gris, por cierto–. En definitiva, todos los elementos de un buen filme de mafiosos están ahí, pero Cooper los ensambla como si quisiera intencionadamente crear un refrito intrascendente de nulas preocupaciones estéticas. Black Mass es precisamente eso: una muestra del cine de relleno más elemental, ese que está diseñado para verse en una madrugada de borrachera, semiinconsciente, en nuestro canal favorito de televisión.