En una gran cantidad de los textos que se han publicado sobre Love –la última incursión cinematográfica de uno de los más grandes fetichistas del escándalo: el director Gaspar Noé– se hace alusión a la frase con la que meses antes de su estreno el director franco-argentino resumía el objetivo primordial del filme: “A love story in 3D… a film that will give guys a hard-on and make girls cry“. Más allá del evidente intento de dicha frase por generar expectativa, Noé dejaba entrever su deseo por adentrarse en el “escandaloso” género explorado dos años antes –con pobres resultados– por su colega Lars von Trier, y perfeccionado tiempo atrás por cineastas como Pasolini y Ôshima : el porno-drama cerebral.
Desde las primeras secuencias del filme –que debe verse casi de forma imperativa en 3D– Noé deja en claro que la elección de la tridimensionalidad como elemento estético no es un simple capricho, sino una forma premeditada y cuidadosamente estudiada para dotar de una espectacular complejidad visual a los reducidos espacios en los que se desarrolla la historia –véase una y otra vez la secuencia donde se expone por primera vez, teñido de hipnótica luz roja, el cuarto del protagonista; o la demencial y hermosísima secuencia orgiástica dentro del club swinger; o esa secuencia perfecta que flirtea con los códigos del cine de horror, en la que el protagonista toca la puerta del departamento de su herida amante, para descubrir al fondo y fuera de foco una silueta espectral que espera sentada en la estancia–. En definitiva, la mancuerna que Noé hace con su fotógrafo de cabecera, Benoît Debie, es de nueva cuenta espectacular.
Lo peculiar del asunto es que Love inaugura una nueva disyuntiva en la cinematografía de Gaspar Noé, alejándose en buena medida del tono narrativo que había marcado su carrera. No me malinterpreten, durante las poco más de dos horas de metraje tenemos penetraciones a diestra y siniestra, felaciones y eyaculaciones en 3D lanzadas directamente a la cara del espectador, sin embargo, el trasfondo narrativo se aleja de la despiadada violencia con la que Noé solía tratar a sus personajes, para presentar una historia de desmesurada ternura sobre el nacimiento, la vida y la muerte del amor en pareja.
La historia, simple hasta decir basta, pero abordada desde una lucidez extraordinaria, sigue en todo momento a Murphy –joven estudiante de cine encarnado por el novato Karl Glusman– que tras recibir el aviso de la desaparición de quien fuera el amor de su vida: una joven estudiante de arte interpretada por la bellísima Aomi Muyock, intentará rastrear su paradero desde los recuerdos de amor, desamor y traición que definieron su relación.
La riqueza de la experiencia audiovisual ensamblada por Noé se ve potenciada por una inmejorable banda sonora en la que colaboran desde John Frusciante, Brian Eno y Death in Vegas, hasta Erik Satie y John Carpenter, personajes que al conjuntarse con el 3D y la hipnótica fotografía dan lugar en repetidas ocasiones a memorables sobrecargas sensoriales.
Incluso antes de su estreno podía intuirse que Love sería un filme audaz y poco complaciente con el espectador promedio –como toda la filmografía de Noé–, sin embargo, la noticia ahora es que ese monstruo que forzó a un padre a abusar de su hija en Seul contre tous, que violó a Monica Bellucci en Irreversible durante 9 minutos interminables, y que nos sumergió en los restos de un aborto sanguinolento en Enter the Void, tiene –contra todo lo que se podría esperar– un corazón.