Victoria (2015)

Desde la década de los cuarenta, cuando Hitchcock logró construir en Rope uno de sus mejores thrillers con únicamente diez tomas continuas de entre siete y diez minutos cada una, el plano secuencia comenzó a presentarse como un recurso de virtuosismo técnico y narrativo loable. Cineastas como Kubrick, Antonioni o Tarkovsky, y más recientemente Noé, Apichatpong y Cuarón, son algunos de los clientes frecuentes de este tipo de floritura formal. Sin embargo, el director alemán Sebastian Schipper ha llevado la toma larga a un nuevo nivel con su más reciente cinta: Victoria.

Construída a lo largo de una sola toma de poco más de dos horas –que se logró completar tras dos intentos fallidos– Victoria es un portento descomunal de pericia y planeación cinematográfica.

Ante el ambicioso proyecto de filmar una cinta completa de dos horas en una sola toma –tarea que había resuelto con mayor brevedad el ruso Alexandr Sokurov a lo largo de los noventa minutos de su preciosista Russian Ark– Schipper se planteó la posibilidad de nunca conseguirlo, y de tener que recurrir a algunos cortes discretos para ensamblar el material, de forma que el largometraje se construyera a partir de diversos intentos fallidos. Por fortuna, los dioses de la técnica y la suerte estuvieron de su lado, y la pantagruélica toma fue completada.

Victoria retrata las últimas dos horas de una noche en la vida de una chica española radicada en Berlín. La protagonista –dependienta de un café, pianista frustrada y maravillosamente interpretada por Laia Costa– conocerá a Sonne, un agradable joven alemán con el que se involucrará sentimentalmente, y al que tras un inesperado giro accederá a auxiliar junto a sus amigos en el robo de un banco.

Irónicamente, el mayor problema de Victoria radica en su mayor virtud: el estilo narrativo. Resulta innegable que lo que Sebastian Schipper hace durante las dos horas de metraje es extraordinario, sin embargo, la experiencia cinematográfica “en tiempo real” obliga a que la historia peque de una linealidad y una simplicidad que en una película filmada de manera ordinaria sería imperdonable. Es en parte gracias al impecable trabajo histriónico del elenco que el complejo ballet maquinado –e improvisado en muchos momentos– por Schipper, se convierte en una experiencia atractiva, cuando menos en un primer acercamiento a la cinta. Sin embargo, una vez concluído el filme, éste se muestra endeble ante la más elemental reflexión lógica de los acontecimientos.

A pesar de lo anterior, Victoria es un espectáculo sobresaliente y una lección notable de dirección cinematográfica que merece estudiarse, y que coloca en el mapa a Schipper como un realizador ambicioso que habrá que seguir de cerca.

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