Pocos podrán negar que vivimos en una era en la que la noción de lo políticamente correcto se ha colocado en el centro de la palestra mediática. La obsesión de la cultura occidental por expiar su insensible pasado machista/clasista/racista, ha devenido en un notable esfuerzo por generar iniciativas políticas y sociales basadas en la inclusión, la igualdad de género, la corrección del lenguaje, etc. Sin embargo, en más de una ocasión, ese esfuerzo sensibilizador ha caído en extremos profundamente ridículos, como el de la publicación en 2011 de la versión de Adventures of Tom Sawyer and Huckleberry Finn, de Mark Twain, en la que se censuraban las palabras “injun” y “nigger“, sustituyéndolas por “indian” y “slave“; o la adhesión anual de una o más letras en el trabalenguas incluyente de los géneros sexuales, que al día de hoy está definido como LGBTTIQQ2S (Lesbian, Gay, Bisexual, Transsexual, Transgendered, Intersexual, Queer, Questioning, 2-Spirited).
Pero bueno, olvidemos por un segundo nuestro gris entorno social y vayamos al meollo del asunto: la película.
Ghostbusters está dirigida por Paul Feig: un hombre que ha dedicado su filmografía a tratar de representar una visión progresista del mundo femenino desde la comedia, creando piezas de cine con cuyo humor jamás he logrado conectar, tal vez por mi condición de hombre cavernario, o tal vez porque en ellas veo cintas mediocres que concentran su capacidad humorística en la extrapolación del chiste de caca-pis masculino al mundo femenino –véase la insoportable Brides Maids–.
Sin embargo, a pesar de mi desagrado por el trabajo previo de Feig, me llevé una grata sorpresa al sentarme durante hora y media ante un filme que no sólo entiende los mecanismos del entretenimiento light pero efectivo, sino que además consigue delinear a un conjunto de heroínas agradables y genuinamente divertidas –Kate McKinnon digna de enmarcarse– que desde las sutilezas de un humor mucho más refinado que aquel al que el director norteamericano nos tiene acostumbrados, exhiben una interesante crítica al sistema imperante del héroe masculino.
En cuanto al argumento, la trama de Ghostbusters es simple y, en gran medida, un refrito de las dos cintas primigenias de los cazafantasmas: un hombre apocado y misántropo decide activar un portal dimensional en Nueva York para inundar la ciudad con fantasmas, mientras que un conjunto de tres científicas y una cuidadora del metro –unidas de manera fortuita en la lucha contra lo paranormal– deberán impedir el malévolo plan con la ayuda de sendas armas nucleares y de Kevin: el asistente guapo pero descerebrado del grupo, interpretado por un hilarante Chris Hemsworth, quien funciona como el único eye candy de una película que busca –y consigue– ser eminentemente femenina pero sin alienar en momento alguno al espectador masculino.
Incomprendida tal vez, y atacada sin duda desde la exageración, Ghostbusters es una fina pieza de entretenimiento pop que muestra el camino a seguir en el necesario enaltecimiento del rol femenino en el cine de acción contemporáneo. Ahora, a esperar la segunda parte.