Danny Boyle ha probado durante su carrera que es un excelente director capaz de convertir en oro casi todo lo que toca. Apenas hace dos años, el británico veía su popularidad dispararse después de arrasar en la ceremonia de los Oscar con su Slumdog Millionaire, un relato inteligente que, a pesar de su falta de credibilidad, logró conectar emocionalmente con millones de personas.
En esta ocasión Boyle regresa con un filme verdaderamente complicado de plantear, ya que la historia de 127 Hours constituye un reto a todas vistas descabellado y destinado al fracaso. ¿Cómo hacer una película basada en un hecho real absolutamente puntual, cuyo desenlace es tan conocido que probablemente la gran mayoría de los espectadores lo hayan escuchado con anterioridad? La dificultad para mantener el interés de la audiencia con ese antecedente es desde mi punto de vista bastante grande, sin embargo Boyle aceptó el desafío y nos presenta un mejor resultado del que en un principio supuse.
127 Hours cuenta la historia de un joven escalador aficionado, que durante años dedicó todo su tiempo libre a explorar la zona desértica de Moab, en el estado norteamericano de Utah y que en una de sus salidas quedó atrapado bajo una roca en medio de la nada.
Es precisamente el joven actor James Franco, que ha dejado atrás sus malos papeles iniciales (Spider-Man) y ahora comienza a interpretar roles más interesantes como el de Allen Ginsberg en Howl, quien se encarga de llevar todo el peso de la cinta sobre sus hombros. Es a base de sólidos monólogos, en los que el personaje principal analiza su vida, sus vías de escape y su desesperada situación, que la cinta logra mantener un ritmo aceptable y preparar al espectador para el catártico desenlace.